Efectuar una travesía marina con el único objetivo de recolectar muestras de basura plástica a lo largo de 2.700 millas náuticas, desde Honolulu, Hawaii, hasta San Francisco, California, no es una experiencia para cualquiera ni se da a menudo en el mundo.
Tom Eberl, nacido en Perú hace 53 años, hijo de padre austriaco y madre estoniana, radicado en Uruguay hace dos décadas, logró cumplir esa experiencia un par de meses atrás.
Participó como voluntario de una expedición planeada para llevar adelante en el Pacífico norte el plan del joven holandés Boyan Slat, quien propone utilizar las corrientes de la mar para limpiar los océanos.
Tom Eberl estuvo dieciocho días embarcado en un velero diseñado para regatas de alta competencia, con sistemas de navegación de última generación, pero con espacios reducidos y escaso confort, sea para dormir, cocinar o bañarse.
Los momentos de libertad se conjugaron entonces con malestares físicos y mucho miedo de algunos pasajeros. Y el placer de contemplar el agua azul del espejo oceánico llegó a empañarse durante varias jornadas de mal tiempo. Sin embargo todo eso pesa poco a la hora de expresar la satisfacción por la tarea concretada.
Hallazgos.
En el centro de los parches, inadvertidos a simple vista, se encuentra desde mesas, sillas y recipientes de pintura hasta boyas, pedazos de cabos o tapas de refrescos, todo lo cual, en no pocas ocasiones, afectan la quilla de los barcos.
«Con el capitán mexicano y su familia, la esposa y dos hijos pequeños, nos conocimos en el Puerto del Buceo hace dos años. Nos hicimos muy amigos. Además de que él vive en su propio velero, lo contratan para trasladar barcos o para ser capitán en regatas. Justo lo fue en la Transpac 2015 y como tenía que trasladar el barco de regreso se ofreció como voluntario del proyecto holandés», dijo Tom Eberl a El País.
En total fueron treinta los veleros que partieron en dos o tres días consecutivos, antes o después del pasaje de un huracán por Hawaii. Cada uno eligió una ruta distinta.
Tom Eberl cuenta que llegaron a bordear y entrar en uno de los parches aunque no por el centro; se trata de áreas inmensas que constituyen una gelatina de plásticos.
El impulsor del proyecto, Boyan Slat, instruyó a los técnicos voluntarios que en cada embarcación se dedicaron a la observación de plásticos grandes, al registro de éstos en sus celulares y a la anotación de las coordenadas. En el velero que abordó Eberl fueron dos mujeres jóvenes (una alemana y la otra estadounidense) quienes tuvieron a cargo esa funciones.
Solo se colocaron en bidones térmicos los fragmentos o piezas menores recogidas por el manta trawl, una especie de plataforma flotante, con dos cabos de cincuenta metros atados al velero. El sistema tiene una boca de medio metro por treinta centímetros que termina en una red con forma de embudo.
En el sector final éste tiene el tamaño de un termo. En el filtro, en el extremo del embudo, quedan alojadas las muestras minúsculas o partículas de plástico, de milímetros o centímetros, de todos los colores y asimismo tapas de refrescos o frascos. Cuando esto es retirado vuelve a colocarse otro filtro.
El manta trawl era tirado al mar dos veces al día, y allí quedaba tres horas. Usaron seis filtros por jornada.
A quienes en Holanda les corresponde realizar los estudios de las muestras en laboratorio les llegó toda la información para determinar el sitio exacto en donde fue recogido el material plástico. Tres horas por las mañanas y tres por la tarde ocupaba el despliegue demandado por el proyecto.
Vida a bordo.
En cuanto al día a día, el testimonio de Eberl resulta ilustrativo y variado. explica que se crió en el mar y ha navegado varias veces como acompañante. No se marea por el oleaje, como les pasó a otros de los compañeros del velero.
«No era fácil sacar el manta trawl del agua y fijarlo en el barco. Resultó una experiencia extrema para todos; hubo oleaje muy severo y nosotros estábamos en un velero de 52 pies (casi 16 metros), diseñado para carreras, muy liviano, de fibra de carbono,sin comodidad alguna, con camarotes de red, un baño semiabierto y una cocina de camping. Pasamos por situaciones muy severas; No hubo tormentas pero los vientos llegaron a 70 kilómetros por hora. En los primeros días, como que cada uno estaba en su propio mundo, aunque colaborando en todas las tareas, hasta las de limpieza o de la cocina. Pero la convivencia fue fantástica».
Si bien viajaron en verano, en agosto, en alta mar no sintieron calor. Sí sufrieron el hecho de que las almohadas, sobres de dormir y toallas estuvieran mojados a pesar de haberlos secado al sol. «De noche, entraba la humedad y todo quedaba ensopado en sal. Era tremendo».
El sueño de un adolescente.
Boyan Slat tiene 21 años y su obsesión es sacar de los océanos la basura plástica. La idea se le ocurrió a los 16 años cuando estaba buceando en Grecia. «Vi más bolsas plásticas que peces», declaró en una de sus presentaciones públicas del proyecto, cuando comenzó a buscar fondos para juntar la basura aprovechando las corrientes con unas barreras flotantes ancladas en el mar. El plástico se movería desde estas barreras hacia una plataforma. De allí no resultaría en extremo complicado su extracción.
Las corrientes oceánicas, al circular por debajo de las barreras, no pondría en riesgo a la fauna marina. Los plásticos recolectados serían reciclados. El joven desarrolló el proyecto como parte de un desafío científico liceal, junto a un compañero de estudios. Detrás del sueño, abandonó por un tiempo los cursos de ingeniería aeroespacial. Y creó la fundación, «The Ocean Cleanup».