Los comúnmente denominados RAEE (residuos de aparatos eléctricos y electrónicos) se definen como «cualquier dispositivo con enchufe, cable o batería», según el informe titulado A New Circular Vision for Electronics. Time for a Global Reboot, publicado en 2019 por ITU, la agencia de las Naciones Unidas especializada en Tecnología de la Información y la Comunicación.
En 2018, el mundo produjo más de 50 millones de toneladas (2% de la basura sólida total); el equivalente, según una ilustrativa y escalofriante comparación que establece un artículo del portal de noticias de la ONU, «a tirar a la basura 125.000 aviones jumbo o 4.500 torres Eiffel». Su gestión en países desarrollados se vuelve un asunto prioritario, pues algunos de sus componentes son altamente contaminantes y nocivos para los seres humanos (como el plomo, el cadmio y el mercurio) si no se manejan de la manera adecuada. Desatenderlos es también una oportunidad perdida, porque algunas de sus partes tienen alto valor económico: se estima que mientras hay en promedio 5 gramos de oro por tonelada de mineral del metal precioso, por tonelada de celulares se hallan entre 300 y 350 gramos de oro; 70 veces más. Un smartphone puede contener también cobre y níquel, de un total de hasta 60 elementos de la tabla periódica, no todos valiosos, claro.
Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente de 2018, Uruguay es el país de Latinoamérica que más RAEE genera, con 10,8 kg anuales por habitante.
Las políticas a escala pública son fundamentales para promover el descarte responsable de los artículos electrónicos que ya cumplieron con su vida útil. Además de las ventajas ambientales y del valor de las partes, la cadena que transforma un RAEE en una materia prima secundaria reutilizable es una fuente relativamente inexplorada de generación de empleo.
Todo (o casi todo) se transforma. Afortunadamente, algunas iniciativas privadas se dedican al reciclaje de RAEE. Hay pequeños emprendedores y empresas que mueven un volumen importante en el ámbito nacional. Una de ellas es Werba, que recibe alrededor de 1.000 toneladas al año. En la firma, que se fundó hace 85 años y comenzó reciclando metales, hoy trabajan 120 personas.
Una de sus cinco plantas de reciclaje en Montevideo está destinada exclusivamente a Plan Ceibal, que anualmente produce unas 150 toneladas de RAEE. En sus primeros años el programa (que empezó en 2007) acumuló sus equipos viejos y, en 2013, encontró la solución para su gestión en Werba. Esta etapa, llamada disposición final, es el último destino de los equipos. Antes de llegar a ese punto cumplen un ciclo de vida que en las tablets que entregan a los niños ronda los dos años y en las computadoras entre tres y cuatro. De hecho, se espera que la laptop que se entrega a cada alumno en 4º de escuela, lo acompañe hasta 1º de liceo. En ese tiempo, entran a los talleres de reparaciones de Plan Ceibal en varias oportunidades para ser restauradas por diferentes desperfectos y, cuando ya no se pueden arreglar, se estudia qué componentes pueden reutilizarse. «Reparamos placas, sacamos repuestos, plásticos y pantallas de todo lo que vuelve; reacondicionamos máquinas para que vuelvan otra vez a los alumnos», explicó Juan Andrés Martínez, jefe de Planificación, Logística y Disposición final de Plan Ceibal. «Antes de la gestión de residuos intentamos poner el equipo en el mercado de nuevo para bajar las compras y no generar tanto residuo».