Pagar el boleto de transporte con botellas es una de las medidas que se intentan implementar en el país.
Tülay Gerçek se coloca delante de un distribuidor de la estación de metro Sishane de Estambul y se prepara para recargar su tarjeta de transporte. Todo es normal hasta que, al ir a pagar, en lugar de dinero inserta botellas de plástico en la máquina.
Cada botella o lata que se mete en esta máquina le da a Gerçek unos céntimos de lira turca de crédito para su título de transporte.
«Todos los días traigo botellas de plástico. Antes las tiraba a la basura», cuenta Gerçek mientras mete la mano en una bolsa llena de botellas. «Es una muy buena iniciativa. ¡Debería haber más!».
Para alcanzar las 2,6 liras que le cuesta un trayecto tendría que insertar, no obstante, 86 botellas. «Bueno… algo es algo», relativiza.
Por el momento, estas máquinas, un proyecto de la alcaldía de Estambul para promover el reciclaje, están disponibles solo en tres estaciones de la capital económica de Turquía, pero el consistorio espera instalar más.
En un país en el que la gestión de desperdicios deja que desear y donde los defensores del medioambiente llevan años lanzando la voz de alarma, las autoridades son cada vez más conscientes de lo urgente que es cambiar los malos hábitos e intentan sensibilizar a la población sobre el reciclaje.
Una tarea inmensa, pues Turquía se sitúa en el puesto 108 de 180 del Índice de Desempeño Ambiental (con una puntuación de 52,96 en 2018), elaborado por las universidades estadounidenses de Yale y Columbia.
440 bolsas de plástico al año
Según Oya Güzel, de la fundación Copüne Sahip Cik (‘ocúpate de tus desperdicios’), solo 11 % de los 31 millones de toneladas de desechos que genera Turquía cada año se recicla.
«Utilizamos una bolsa de plástico durante 12 minutos de media. Después de 12 minutos, se convierte en un desperdicio», lamenta en declaraciones con la AFP.
«Nuestro objetivo es alcanzar una tasa de reciclaje de 35 % de aquí a cinco años. No es mucho pero estamos convencidos de que podemos lograr progresos» en ese lapso, añade.
En Turquía, la cuestión medioambiental no es central en el debate público y ocupa una parte insignificante durante las elecciones.
A pesar de todo, el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) del presidente Recep Tayyip Erdogan, asociado a menudo con megaproyectos de construcción y poco preocupado por el medioambiente, parece prestar atención a esta cuestión.
El ministro turco de Medioambiente, Murat Kurum, anunció en noviembre que las bolsas plásticas serían de pago a partir de 2019, como ya ocurre en muchos países europeos.
Cada turco usa una media de 440 bolsas de plástico al año, según Kurum, quien señala que el objetivo es dividir esa cifra por 10 para 2025.
La esposa del presidente turco, Emine Erdogan, apoyó la causa del reciclaje haciendo que se forme al personal del palacio presidencial para separar los desperdicios, según anunció en una cumbre sobre esta cuestión en noviembre.
Pero se necesitará tiempo para que la separación de residuos llegue a ser un reflejo en un país en el que los habitantes suelen dejar sus desechos en una esquina de la veranda de cualquier manera.
El potencial de los desperdicios
En un centro de gestión de residuos de Estambul, los empleados recuperan lo que aún puede ser útil: los desperdicios orgánicos se transformarán en fertilizante en jardines públicos, y el vidrio, el plástico y los metales se reciclarán.
La labor sería más sencilla si los ciudadanos separaran los desperdicios antes de botarlos, destaca Ibrahim Halil Türkeri, responsable de reciclaje de la alcaldía de Estambul.
«Unos desperdicios más limpios se tratarían en nuestros centros y se convertirían en materiales reciclados de mejor calidad», destaca.
El potencial de estos desperdicios es enorme, señala Ahmet Hamdi Zembil, ingeniero de ISTAC, una empresa de gestión de residuos de Estambul, que produce electricidad a partir del gas generado por la quema de desechos orgánicos.
«El año pasado tratamos siete millones de toneladas de desperdicios y produjimos 400 millones de kWh de electricidad», cuenta.
Pero, de nuevo, eso solo es posible si se separa la basura orgánica de la sintética, lo que podría simplificarse si se hace en los hogares.