La infructuosa guerra de sucesivos gobiernos de Montevideo contra la basura, causa primera de desprestigio municipal, ha incluido desde estrategias sensatas como centros de clasificación para sacar a los hurgadores de las calles hasta planes fantasiosos, como proveerlos de vehículos a motor para que abandonen los carritos tirados por caballos y se transformen milagrosamente en miembros prolijos de un tránsito ordenado. Como la batalla sigue perdida, la Intendencia ha recogido ahora un proyecto de la oposición a ser instaurado en Pocitos como promisorio plan piloto, si no queda en agua de borrajas como tantas ideas previas.
El plan del concejal blanco Hugo Recalt, confirmado por el director de Desarrollo Ambiental de la Intendencia capitalina Juan Canessa, consiste en cerrar el acceso de los hurgadores a 87 manzanas en la zona más densamente poblada de la ciudad y concentrar los residuos del barrio, recogidos por los camiones municipales, en una planta de clasificación en otra zona de Montevideo. Si el proyecto tiene éxito, presumiblemente se lo extendería gradualmente a otras zonas de la capital. Pero además del escepticismo creado por anteriores fracasos municipales, muchos factores determinan que el éxito diste de estar asegurado.
La fiscalización de que los carritos de hurgadores no ingresen a Pocitos estaría en manos de dos cuerpos de control ya existentes, la guardia ambiental de la Intendencia y sus inspectores de tránsito. Pero el pasado intento de confiscar carritos transgresores fue un fracaso total. Después de apenas un puñado de sanciones iniciales, el tema fue abandonado ante las protestas masivas de miles de hurgadores, que hasta coparon la explanada municipal. Ahora se necesitaría o el acuerdo de Ucrus, el gremio de los clasificadores, o la decisión de la Intendencia de recurrir sin miramientos al uso de su autoridad. Ambas actitudes han sido ausentes conspicuos hasta el momento.
El Plan Pocitos incluye además un nuevo intento de educar a la población para que separe los residuos secos de los húmedos al embolsarlos en sus viviendas y antes de que lleguen a los contenedores, como forma de facilitar la clasificación, como se hace en muchas grandes ciudades del mundo. Pero de nada sirvió antes hacia este objetivo instaurar en los supermercados las bolsas de polietileno de color diferente. Pese a que la mayoría de los montevideanos desaprueba la gestión de limpieza de la Intendencia, parte de la culpa por la suciedad callejera corresponde a una población cuya desaprensión es eficazmente complementada por los minibasurales que crean los hurgadores en torno a los contenedores.
Hace cinco meses Canessa anunció la construcción de 16 centros de clasificación de basura para que los hurgadores trabajen allí y no en las calles. Hasta ahora ninguno se ha concretado. El jerarca municipal aseguró ahora que el Plan Pocitos “está avanzando” hacia su concreción. Si se produce, estarán agradecidos primero los residentes en Pocitos y más tarde los de otros barrios a los que se extienda igual solución. Pero es justificadamente endeble la fe de los montevideanos en los planes de limpieza de la ciudad: hasta que no vean, no creerán.