La cinta se mueve lenta y de forma algo ruidosa en el medio de un galpón semioscuro. Se detiene y un montón de manos enguantadas escarban veloces. A los segundos se mueve otra vez y después vuelve a parar. Otra vez a escarbar. Hay bolsas y más bolsas, cajas grandes y pequeñas. Hay paquetes de galletitas, de jabón, detergente, yerba, papas chips y maníes. También cuadernolas y libros, latas de atún y salsa de tomate, frascos de repelente, hueveras y muchos, muchos bidones de agua.
Es una tarde otoñal y afuera el sol pega tibio en el Cerro, justo atrás del estadio Luis Tróccoli, donde está la planta de La Paloma. Este es uno de los cuatro centros de clasificación de residuos secos de Montevideo y el primero que funciona: fue inaugurado en marzo de 2014.
En una callecita lindera un perro flacucho y desgarbado pasea manso mientras dos muchachas llevan un carrito con un bebé, rumbo al barrio El Tobogán. Unas casas de bloque, una arriba de la otra, y la ruta allá lejos, completan el paisaje.
Adentro, en el galpón, ocho personas trabajan a los costados de la cinta. Tienen la mirada perdida, como si fueran robots. Van tomando los residuos y los separan en diferentes bolsones: cartón, plástico y botellas de PET, botellas de vidrio transparente, de color, chatarra y aluminio, papel de diario y papel de color.
Después todo se enfarda y se vende. Pero mucha cosa, probablemente más de la mitad, no sirve y sigue rumbo a otra bolsa que luego va a una volqueta, con un destino final: la usina de Felipe Cardoso.
«La basura que levanta CAP (empresa privada de recolección de residuos) no nos sirve. Tiene desde basura normal hasta materia fecal de ser humano»
«Todo eso va al descarte», dice Claudia Ojeda, educadora y supervisora de la planta, y señala la bolsa con lo que los ocho clasificadores dejaron pasar. Mientras ella habla, una botellita de champagne, una caja de cartón de pizza y un frasco de yogur están por llegar al final de la cinta y caer en la bolsa de los descartes.
Cuando la Intendencia de Montevideo diseñó el actual plan de gestión de envases hace unos años, estimó que en el inicio el error de la población al separar la basura rondaría el 20%. Pero desde ya hace un tiempo las autoridades estiman que al menos el 50% de lo que llega debe tirarse.
Por semana, solo en esta planta del Cerro se separan unas seis toneladas de basura, que luego se venden a empresas como Pedernal, Rotondaro, Ipusa o Ecopet. Pero desde la intendencia afirman que las plantas están preparadas para reciclar bastante más: cinco toneladas diarias.
Lo que no sirve
¿Qué va al descarte? «Si viene mojado y sucio, no sirve», responde Ojeda. Por ejemplo, toda la basura orgánica que aún sigue llegando y en cantidades considerables, a pesar de que el actual sistema de clasificación funciona en Montevideo desde hace tres años. También va al descarte lo que llega los días de lluvia: los clasificadores ya saben que el contenido de esos camiones sirve muy poco.
A las plantas viene, por un lado, la basura de los 500 contenedores especiales color naranja instalados en el municipio B (Centro, Ciudad Vieja, Parque Rodó, Cordón, Tres Cruces y parte de la Aguada), donde hay serios problemas. Los residuos secos suelen estar mezclados con basura orgánica.
Dice Ojeda que cada semana rechazan unos tres contenedores del municipio B porque su contenido está contaminado: «Lo de CAP (empresa privada que levanta basura en el Centro y Cordón) no nos sirve, tiene desde basura normal hasta materia fecal». Y agrega para que no queden dudas: «Materia fecal de ser humano, no sabemos si es de gente de la calle o gente que sabotea los contenedores».
Aunque desde la comuna no aceptaron realizar declaraciones para este informe, una fuente del departamento de Desarrollo admite que el sistema más afectado por «la presencia de residuos mezclados» es el del municipio B.
Carlos Varela, alcalde de ese municipio, dice que «es un dato de la realidad que no todo el mundo usa bien» los contenedores color naranja, en teoría destinados a los residuos secos. «Uno solo que mande hacia adentro algo líquido, ya daña el resto del material reciclable», justifica Varela.
6 toneladas de basura son clasificadas por semana en la planta de residuos del Cerro.
Una realidad muy distinta se da con los residuos que vienen de los contenedores del plan Tu envase sirve, administrado por la intendencia, el Ministerio de Vivienda, el Ministerio de Desarrollo Social y la Cámara de Industrias. Hay 200 puntos de entrega voluntaria en supermercados y edificios de todo Montevideo, además de otros 500 contenedores especiales para plástico, metal, vidrio y diferenciales para pilas y baterías.
En este sistema la gente interesada debe movilizarse hasta los contenedores, lo cual hace que disminuya notoriamente la presencia de residuos no apropiados, afirman desde la intendencia.
Sin embargo, hay muchos residuos secos que los clasificadores no utilizan porque no son comercializables. Es el caso de las bolsas de supermercado («antes había compradores para esas bolsas de manguito, ahora no», dice Ojeda), el tetrabrick, las bandejitas de espuma plast y el «nailon chillón».
El vidrio es un tema aparte. Lo clasifican, pero hace ya un tiempo que no lo logran vender porque «nadie lo quiere», dicen. Muestra de ello es que en la entrada de la planta hay dos volquetas repletas de botellas a la espera de un comprador.
El director nacional de Medio Ambiente, Alejandro Nario, confirma la situación. «¿Qué hacemos con esos residuos?», pregunta. Y contesta: «La fluctuación de precios y el valor del material no puede determinar si vos hacés o no una gestión adecuada de la basura».
¿Por qué no se avanza más rápido? José Carlos Ramírez, un integrante de la cooperativa Uruguay Recicla, que se define a sí mismo como «basurólogo», dice que «falta voluntad política fuerte» para cuidar el medio ambiente. Andrés Abt, alcalde del municipio CH, asegura que desde hace dos años el proyecto de clasificación de residuos «está detenido y no ha crecido» .
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El municipio CH abarca Pocitos, Punta Carretas, Parque Batlle, Buceo y La Blanqueada. Abt, de filiación nacionalista, dice que tiene pedidos de «una gran cantidad de instituciones, como clubes, edificios y colegios», que quieren sumarse a Tu envase sirve, pero la intendencia responde en forma negativa por un problema de infraestructura: «El proyecto está cerrado y no aceptan nuevos ingresos».
Desde la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama), Nario opina que «es muy limitado lo que se está haciendo en Montevideo», y que «esto debe tener otra dimensión si se quiere alto impacto».
Por eso, está casi terminada la redacción de un proyecto de ley de residuos que en no más de un mes la Dinama presentará ante la Comisión Técnica Asesora de la Protección de Medio Ambiente (Cotama), integrada por representantes de varios ministerios y de las partes involucradas. La idea, según Nario, es que el proyecto empiece a ser discutido en el Parlamento en el próximo semestre.
Allí se establece un plan nacional de gestión de residuos. Por un lado se creará un tributo a los materiales, que pagarán las empresas que importan o fabrican los productos. «Los que generan la contaminación deben tener la responsabilidad y financiar una parte importante del sistema para que funcione, más allá de que el material tenga o no valor de mercado», dice Nario. Es decir, que no pase lo del vidrio: se separa y al final no se recicla.
En segundo lugar, habrá un fondo que apoyará y financiará (aunque no subsidiará) emprendimientos nacionales que efectivamente usen los materiales que se separan en las plantas. «La idea es que el círculo cierre», afirma Nario. Parte de este fondo también irá a las intendencias, para ayudarlas en la disposición final de la basura.
Del carro a la planta
Solo en la planta de La Paloma trabajan 32 personas en dos turnos, casi todos exclasificadores que hasta hace no mucho recorrían la ciudad en carro, bicicleta o a pie.
Ganan unos 17.000 pesos nominales y tienen un trabajo formal. Además, un maestro va dos veces por semana y también los visita un dentista. «Es un gran cambio para ellos», dice Ojeda, la supervisora, en una oficina en la planta. En el galpón todos siguen trabajando. Hay caras serias, rostros arrugados. Como el de Miguel Ángel Flores, de 64 años y vecino del Cerro, quien toda la vida vivió de la basura. Hoy no añora trabajar en la calle ni mojarse los días de lluvia. Es una etapa superada.
A su lado está María Marticelli, con sus 47 años a cuestas, que parecen más. Hace un año y medio cambió los carros y el caballo por un trabajo de ocho horas bajo techo. No sabe leer ni escribir y nunca pisó una escuela.
«Acá me dieron un maestro» – dice.
«Y aprobaste el año pasado»–apunta Rosa Más, una compañera.
«Sí, aprobé, pero no me quedan las letras en la cabeza, no me quedan. Igual me gusta aprender»– afirma con una sonrisa triste.
Rosa, de 26 años, la escucha atentamente. Piensa en sus cuatro hijos –Mía, Kevin, Austin e Irán– y dice que le gustaría cambiar de trabajo. Haría lo que sea por dejar de estar rodeada de basura. «Me sirve cualquier otra cosa, menos la basura», repite, resignada.
Cuando el sistema falla
Los camiones de la intendencia capitalina pasan una vez por día por los contenedores ubicados en supermercados y dos a tres veces por semana por el resto de los puntos del plan Tu envase sirve.
Pero a veces la recolección falla. Algo de eso sucedió hace algunas semanas en un supermercado de Pocitos, donde vaciaron los residuos secos en un contenedor común, de los verdes. «No logramos que vengan a vaciar los contenedores de reciclables», le respondieron a Micaela, una vecina que presenció ese momento.
Ella se toma el trabajo de separar la basura en su hogar y llevarla a los contenedores especiales. Cuando escuchó la respuesta del empleado del supermercado, Micaela –su nombre ha sido modificado porque no quiere ser identificada– sintió «impotencia y preocupación». Lo vivió como una traición. ¿Cómo sabrá ahora si los residuos que lleva cada semana llegan a las plantas de clasificación? Desde la IMM afirman que historias como la de Micaela son excepcionales y animan a realizar denuncias al teléfono 1950.
La huerta del Palacio Salvo
La Intendencia de Montevideo planifica una huerta grande con compostera en el techo del Palacio Salvo, donde reciclarán la basura orgánica de todos los vecinos del emblemático edificio.
Además, la comuna participa de un plan a través del cual se instalaron el año pasado 70 vericomposteras –es decir, recipientes donde se transforman los residuos orgánicos en abono con la ayuda de lombrices– en escuelas y centros CAIF. Este año se instalarán 70 más.