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http://www.elpais.com.uy/informacion/pantanoso-aguas-mas-negras-montevideo.html
El olor del Pantanoso, agridulce, pega como una bofetada. Navegando, con el correr de los minutos, va dejando de sentirse. Cerca de los asentamientos, la proa del bote de madera corta una costra gelatinosa.
Hace una semana, las lluvias generaron una fuerte crecida del arroyo Pantanoso y decenas de bolsas de basuras se desparramaron por ambas márgenes. Un equipo de El País navegó gran parte del cauce para comprobar el estado de ese arroyo, uno de los más contaminados de todo el país.
Debajo del puente sobre la Ruta 1 está el mejor lugar para bajar el bote. Allí hay un pequeño complejo de viviendas y hasta una verdulería que construyeron con el puente como techo. En ese lugar, el agua luce un color negro con una capa aceitosa en la superficie. Más tarde al desembarcar, el timonel del bote se entera que, debajo de esa capa, hay heces humanas y excrementos del cerdo que dormita junto a la orilla, atado a uno de los pilotes del puente.
Del otro lado del Pantanoso, un grupo de adolescentes y niños arroja piedras a algo que flota en medio de la corriente. Parece un animal moribundo.
Después de varios intentos, el motor fuera de borda empieza a toser, y arranca. El bote se desliza con suavidad por el centro del arroyo. A medio centenar de metros sobre la margen izquierda, aparece un asentamiento. La basura ocupa los patios de ranchos y casas de bloques sin revocar y llega hasta el arroyo. Ropas, bolsas de supermercado, colchones en desuso y varias piezas de autos se amontonan en forma caótica.
Enseguida aparece una curva. Allí la mugre se desparrama por ambas márgenes del Pantanoso pese a que no hay ranchos cercanos. Las bolsas penden de las ramas en los árboles de la orilla como si fueran pájaros muertos.
A unos 20 metros de la curva, el cauce se ensancha y comienza a ganar profundidad. No se escucha un ruido. En el centro, sobre enormes piedras, dos tortugas toman sol. Un poco más allá, gallinetas buscan gusanos en un barrial.
Por tramos el paseo a bordo del Malandra — de 2,30 de eslora, como un velero de la clase Optimist— llega a hacerse placentero y el arroyo deja ver parte de su antiguo esplendor; los árboles y el cielo celeste se reflejan en el agua. Entre palmeras y sauces llorones, casi no parecía que la embarcación circulaba por el Pantanoso.
De repente, se escucha un golpe seco en la pata del motor por el choque con una roca.El fotógrafo larga la cámara y se agarra a ambas bandas del bote. Lo mismo hizo el timonel. Dos segundos más tarde, el bote se estabiliza. El timonel decide bajar aún más la velocidad de la embarcación.
Aparece un nuevo asentamiento. No hay ninguna señal de tierra, avenida ni calle para poder ubicarse desde el arroyo. Solo se ven las partes traseras de ranchos y más basura.
Un joven de tez oscura, vestido de vaqueros y buzo azul sale hasta la margen del arroyo. Mira al bote con seriedad. Luego gira y regresa al rancho. Quizás la gorra de la Armada que lleva el timonel lo inhibió.
Todos los rancheríos se ubican a la derecha del arroyo, hacia el Centro de Montevideo. Tal vez eso se debe a que, en esa orilla, la barranca es más alta.
Al llegar a los fondos de uno de los asentamientos, el motor del Malandra se detiene. Después de seis intentos frustrados por encenderlo, el timonel deja la popa y el timón, y se sienta en la mitad del bote para poder usar los remos. De esta forma, consiguen alejarse del rancherío como medida preventiva.
La embarcación queda totalmente desbalanceada por el cambio de lugar de los dos tripulantes. Por esa causa, el bote se desliza lentamente. Casi exhausto, el timonel llega hasta una palmera ubicada en una de las orillas que oculta el bote de la vista de los asentamientos. Repite los procedimientos para encender el pequeño motor. El fuera de borda arranca pero a los pocos metros tose y se vuelve apagar.
La tensión crece minuto a minuto por la lejanía de cualquier lugar accesible de desembarco. El puente sobre la Ruta 1 se encuentra a unos seis kilómetros. No hay ninguna avenida ni calle cerca. Es casi imposible llegar a remo.
Es la primera vez que el timonel sale a navegar con ese tipo de motor. Repasa los procedimientos para arrancarlo: toma de aire, embrague en punto muerto y respiradero del tanque abierto. Ahí descubre que, cuando cargó combustible por segunda vez, cerró demasiado el pase de aire del tanque y por eso el motor no arrancaba o se apagaba a menudo. Tras seguir los procedimientos correctos, el motorcito pistonea y queda moderando suavemente. Segundos más tarde, el Malandra se desplaza por la parte más oscura del arroyo, donde hay más profundidad.
Tras una curva, el bote vuela literalmente. El motor se levanta. La embarcación cae encima del techo de un auto hundido. La pequeña quilla del bote se posa sobre la chapa.
El casco se sacude varias veces como un animal herido. El agua casi entra en la embarcación, que al fin se estabiliza. Es posible que se haya hundido el techo del auto por el peso del bote y sus ocupantes.
Frente a los asentamientos hay restos de varios autos hundidos. El timonel baja la velocidad para evitar más colisiones.
Faltando 3 kilómetros para el puente sobre el río Santa Lucía el motor se detiene otra vez. Una toalla se enrosca en la hélice: uno de los peores problemas que puede ocurrirle a un navegante. Sin pensar demasiado, el timonel se remanga la camisa y mete la mano izquierda en el agua. Lamenta no llevar a bordo ninguna navaja. Algo indispensable cuando se sale a una travesía náutica o al monte.
El timonel toca la toalla sumergida. Le parece que agarra una enorme babosa. Reprime el asco y sin mucha esperanza, comienza a girar la toalla en sentido contrario al giro de la hélice del motor. Después de varios intentos, la toalla se suelta. Horas después, el incidente con la toalla le generaría una alergia al timonel.
El motor arranca con el primer tirón. Veinte minutos más tarde, el bote pasa bajo el puente de la Ruta 1 en dirección a la desembocadura del Pantanoso. Aquí el arroyo es más ancho pero no tan profundo. Cada tanto, el casco toca unas piedras. Pero no importa lo más mínimo.
Los dos tripulantes lograron doblegar al Pantanoso.
Cerca de 20.000 pobladores viven en las márgenes del arroyo
Muchos años continuos de deterioro ambiental han convertido al arroyo Pantanoso en una suerte de cloaca a cielo abierto.
Sus aguas se han alimentado de residuos de industrias químicas, curtiembres y graserías, y todo deshecho que se vuelca desde los asentamientos construidos en sus márgenes.
El Pantanoso tiene 15 kilómetros de longitud. Nace en la cuchilla Pereira (noroeste de Montevideo) y luego transita en forma sinuosa por un recorrido altamente urbanizado, atravesando una zona de bañados en su tramo inferior para luego desembocar en la Bahía de Montevideo.
En su monitoreo sobre la calidad de agua del Pantanoso, así como de otros efluentes montevideanos, el Servicio Evaluación de la Calidad y Control Ambiental de la Intendencia de Montevideo advirtió que el arroyo sufre una «continua presión» de vertimientos de residuos sólidos provenientes de la clasificación informal y descargas de efluentes industriales y domiciliarios, impidiendo que el mismo pueda autodepurarse y alcanzar los niveles de calidad de agua establecidos para la normativa vigente.
El informe, elaborado en base a muestreos efectuados en 2013, expresa que «se trata de un curso fuertemente afectado desde el punto de vista microbiológico. En relación a los coliformes fecales, exceden en varios órdenes de magnitud el valor puntual de la normativa (2.000 unidades de coliformes fecales cada 100 mililitros de agua) en todas las estaciones».
Cerca de 20.000 personas viven en las proximidades del arroyo Pantanoso, que también presenta otros problemas.
En 2013, en todas las estaciones de monitoreo, los valores de demanda bioquímica de oxígeno (DBO5) superaron los 10 miligramo por litro (límite máximo de la normativa).
No navegable.
«Si bien se desconoce la causa puntual de ese evento extremo, en general desde el año 2011, se vienen registrando cargas orgánicas altas para todas las estaciones, a causa de descargas puntuales de saneamiento en las nacientes del arroyo», señala el informe.
Añade que «en las márgenes del mismo, se encuentran ubicados numerosos asentamientos irregulares, cuyos efluentes domésticos y residuos sólidos son vertidos directamente al arroyo».
Salvo en dos estaciones de monitoreo —las de Camino Colman y Camino Melilla— en el resto del arroyo se registra una calidad de agua «deteriorada», de acuerdo con un índice internacional que califica cursos de agua urbanos.
Ello significa que en esas dos estaciones puntuales se puede hacer actividad náutica, mientras que en el resto del arroyo el agua solo sirve para riego.