Se realizó la limpieza anual del aliviador principal del arroyo; durante ocho días, extrajeron 200 toneladas de residuos y sedimentos
Desde la superficie, el aliviador principal del arroyo Maldonado parece una enorme cueva, cuyo fondo descansan cadáveres de botellas plásticas, latas, vasos de telgopor e infinitos desechos más que los porteños descartan en los sumideros. O que llegan hasta allí empujados por las lluvias, muchas veces con una fuerza descomunal.
Subirse a «la jaula» y tener la posibilidad de descender 35 metros hasta esa boca que parece tragarse todo implica colocarse un mameluco que cubre de pies a cabeza, casco y lentes de protección, botas altas de goma, guantes y un pesado arnés. Lo que a priori podría verse como una exageración, pronto se volverá totalmente necesario: allí abajo el terreno es barroso e inestable, con agua que cae constantemente y toneladas de residuos alrededor.
El equipo de cerca de 30 personas que se desempeña en la superficie es prolijo, ágil pero inclemente con la seguridad: un paso en falso podría significar un accidente lamentable.
La mañana se presenta fría y con una llovizna que se mantiene constante. No parece ser la jornada ideal para realizar la limpieza anual del túnel del arroyo, pero la buzo Carla Vidri, la única mujer de la Dirección de Pluviales de la Ciudad que baja a trabajar allí, agradece que el agua no sea tanta y que el viento no supere los 30 kilómetros por hora, condición que haría inoperable la hidráulica necesaria.
Durante ocho días se prolongará la tarea de 100 personas que, en varias cuadrillas y turnos, deberán remover los sedimentos y la basura que obstruyen e impiden el correcto funcionamiento del aliviador, fundamental para evitar inundaciones en los alrededores de la avenida Juan B. Justo.
El resultado de esas jornadas de higiene se conocerá después: terminarán por extraerse 200 toneladas de materiales, con una alta proporción de latas, vasos de telgopor, botellas plásticas, llaves y aerosoles.
De puro hormigón, con un diámetro de 6,9 metros y una longitud de 100 cuadras, el conducto que nace a la altura de la calle Cuenca desemboca en el Río de la Plata, a la altura de Costa Salguero. «Es la primera vez que se realiza la limpieza de este túnel, el largo. Este tipo de obra de infraestructura es un proceso de aprendizaje -explica el vicejefe de gobierno porteño, Diego Santilli, mientras recorre un sector del túnel-. Se había limpiado en 2014 el túnel corto y ahora se aprovechó la oportunidad para estudiar la sedimentación de éste.»
En 2011 empezó a funcionar aliviador corto, que va desde Niceto Vega y Juan B. Justo hasta la Costanera; un año más tarde se inauguró el principal. Las necesarias y postergadas obras habían demandado más de cuatro años de trabajos.
«La obra del Maldonado cambió la vida de la ciudad de Buenos Aires, y muchos barrios que se inundaban ya no sienten miedo cuando llueve mucho. Por eso, es fundamental realizar los trabajos de limpieza y mantenimiento y sostener en el tiempo esta gran obra que marcó un antes y un después», afirma el ministro de Ambiente y Espacio Público, Eduardo Macchiavelli.
La ardua tarea de limpieza se realiza a pie y con máquinas retroexcavadoras Bobcats, una suerte de pequeñas grúas con pala, pero de gran potencia y movilidad. Con los residuos se llenan volquetes que luego, mediante un sistema de poleas, se suben a la superficie. Una vez que el fondo es despejado de todo desecho, las hidrolavadoras limpian el lugar de cualquier vestigio que pudiera quedar. En ocho días, se habrán llenado 40 volquetes con las 200 toneladas extraídas de sedimentos y basura que los vecinos descartaron, por lo general, negligentemente.
Sorpresas
«Esto es hermoso para nosotros, es nuestra actividad, que amamos», dice Vitri, con una chispa de emoción en sus ojos. Y su entusiasmo es notable: dirige a los operarios, verifica que mientras la jaula sube y baja estén todos guarecidos dentro del túnel y relata con entusiasmo las sorpresas que suelen llevarse en cada limpieza: llaves, aerosoles, celulares viejos, cajas de cigarrillos, almohadas, un árbol entero, patentes de automóviles, colchones y hasta asientos de colectivos y cochecitos de bebés forman parte del rosario de extraños hallazgos en operativos anteriores.
Cualquier elemento arrojado en la calle es arrastrado por la correntada que provocan las precipitaciones, entra por los sumideros y, tras atravesar los diferentes conductos, quedan atrapados en el distribuidor. Este círculo vicioso genera que, en cada tormenta, se entorpezca el escurrimiento y aparezcan anegamientos. «Todo viene de la ciudad al Maldonado y, desde el curso de agua, a estos túneles. Al final, todo desemboca en el río», explica Sebastián Mendiberri, uno de los trabajadores bajo tierra, íntegramente cubierto de barro, pero con una envidiable expresión de satisfacción.
Lo que se extrae se analiza para buscar metales pesados. Una vez que se realizan los estudios pertinentes, se decide el tratamiento del sedimento: o va a tratamiento o a disposición final.
Cae la tarde sobre la avenida Juan B. Justo, pero en el aliviador la actividad no mengua. Mientras la luz natural lo permite, las tareas continúan contrarreloj. Y es que de la rigurosidad con que se trabaje allí abajo depende la tranquilidad de lo que ocurra en la superficie. De igual manera, lo que se arroja en la calle cae bajo tierra para, a la larga o no tanto, entorpecer el fluir del agua de lluvia.
«Acá abajo podemos hacer mucho, pero si el vecino no cuida, toda tarea es poca. Si tira algo al sumidero, se tapa y se inunda su cuadra. Tan simple como eso», simplifica la buzo. Los miles de botellas plásticas, latas y vasos de telgopor que flotan en el curso de agua subterráneo le dan la razón.